En la parte trasera del
Auditorio del Parque Fundidora, tapizada de pasto sintético, no es común que
la gente participe en los rituales que realizan los de las secciones A y B.
Atrás, los que también son fanáticos, pero que quizás no les alcanzó para un
mejor lugar, no fueron tomados en cuenta. A lo largo del recital nunca se
refirieron a ellos, ni siquiera los mencionaron con un grito o, por lo menos,
les pidieron que alzaran sus brazos.
Ellos, los seguidores del grupo, en cambio, se mantuvieron, la mayor parte del
concierto, sentados a sus anchas, fumando, platicando, o manteniendo a raya a
sus niños, ya que el talud es el lugar preferido de los padres.
Pero también hubo muchas mujeres, jovencitas en su mayoría, que no pararon de
bailar al son de "Oye, mi Amor" y "Se me Olvidó Otra Vez".
Y es que el estar alejados de sus artistas, no fue obstáculo para sentirse
cerca de ellos.
La visibilidad fue perfecta, aunque lejana. Las dos enormes pantallas situadas
en el escenario hicieron la labor de brindar los detalles.
Al número oficial de boletos vendidos, debe de agregársele los de decenas de
personas que, afuera del inmueble, y luego de hacer algo de ejercicio,
disfrutaron del concierto, parados o sentados en las gradas ubicadas afuera
del Auditorio.
El sonido atrás se sintió en su máximo esplendor, sobre todo con el viento
refrescando los rostros. No hubo guardias sentando o movilizando a la gente.
Uno tampoco se limitó a una silla o espacio específico. Y todo esto, por tan
sólo 100 pesos. |