Veinte años
después la afirmación sigue pareciendo temeraria, pero muestra al compositor
de cuerpo entero. Desde la adolescencia, Fernando Olvera Sierra supo que lo
suyo era el rock. Su objetivo se convirtió en plan de vida. Como líder de la
banda nacional más conocida en el extranjero, es lo más cercano a un rock star
mexicano.
Pero Maná no se hizo en un día. Tomó ocho años para engendrarlo y 18 para
consolidarlo, siempre desde la libertad creativa que sólo permite la
producción independiente. No lo hizo la payola, ni salieron de un concurso de
dudosos talentos aceitados por la tele. Se hizo en cada tocada, en cada
grabación, cada que pudo levantarse de la caída. En más de un sentido, la
historia de Maná corresponde con la de su líder. Libran juntos la batalla por
mantenerse vigentes y por hacer su mensaje efectivo y con propuesta.
Huérfano de padre desde la infancia, Fernando ha tenido que enfrentar
carencias. Las materiales las ha resuelto a fuerza de insistir en su proyecto.
Las afectivas, han encontrado una vía de escape en sus composiciones y una
manera de materializarse en actividades filantrópicas.
Maná no evade su responsabilidad social y Fher ha sido promotor de ello. Han
colaborado con instituciones que trabajan con niños de la calle, por los
derechos humanos, en contra de la violencia hacia las mujeres y a favor de la
conservación del ambiente. Le queda claro que, como figura pública, tiene que
responsabilizarse de su acción y su discurso: “Maná es un grupo que tiene una
postura por la conservación del medio ambiente y de los derechos humanos. Nos
interesa mucho poner nuestro granito de arena desde nuestra trinchera y
estamos tratando de influir un poquito en la juventud... La esperanza son los
chavos, ¿no?”, dice.
Para ir más allá de las declaraciones políticamente correctas, Fher y Maná
crearon la fundación Selva Negra. Se trata, “por un lado, de promover el
respeto al planeta a nuestra madre Tierra a través de conciertos, entrevistas,
canciones, etcétera; y por el otro lado tenemos una campaña permanente de
conservación de la tortuga del Pacífico mexicano”. La banda costea tres
campamentos tortugueros que en cinco años han liberado casi un millón de
crías. En la labor se invita a universidades y escuelas, en una auténtica suma
de voluntades.
El año que termina ha resultado retribuyente. Maná donó parte de las ganancias
de su gira estadunidense para la FAO y en octubre el organismo los designó
embajadores. En noviembre, fueron recibidos por el presidente Vicente Fox.
A propósito surge una última cuestión: ¿Puede un grupo de rock contribuir a
crear conciencia? Su respuesta es ilustrativa: “De conservación y de derechos
humanos no aprendimos ni en la escuela, ni en la iglesia, ni en la casa... lo
aprendimos con Bono de U2, con Sting, con Peter Gabriel, con John Lennon, y
creo que eso fue la mechita que encendió nuestra forma de pensar”.
|