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 UNA LARGA MARCHA - Julio Castro

(Publicado en Marcha, 12 de febrero de 1971)

La constitución del Frente Amplio, resuelta el viernes pasado, es la culminación de un incierto y largo proceso que se remonta, por lo menos a cuarenta años atrás.
La aparición del fascismo en Europa -en el poder en Italia y marchando espectacularmente hacia su conquista en Alemania-, las dictaduras en España y América Latina, los avances del imperialismo en esta última, provocaron aquí, en esta tranquila orilla del Río de la Plata, inquietud y preocupación por lo que aquellos hechos anunciaban.
Surgió así un movimiento iniciado por la gente que veía más lejos; por los que sentían que definiciones, enfoques y métodos políticos no se avenían a las exigencias de los nuevos tiempos; por los que aspiraban a promover cambios. Una Liga Antimperialista reunió así, en 1929, a militantes de partidos tradicionales y "de ideas" -como se les llamaba entonces- y a gente independiente. Recordamos que entre los promotores de
ese movimiento figuraron: Julio César Grauert, batllista; Carlos Quijano, nacionalista; Emilio Frugoni, socialista; Héctor González Areosa, independiente. Ya en ese tiempo hubo quienes con lucidez y precisión intuyeron el futuro y se aprestaron, buscando unirse en una organización común a afrontar el desafío.
La crisis del 30, la iniciación del gobierno de Gabriel Terra, la fugaz unidad nacional creada en torno a la defensa de la economío y de la moneda y, posteriormente, la amenaza reeleccionista, preparatoria del golpe de estado, relegaron las premoniciones de la Liga Antimperialista. Poco a poco aquel impulso inicial cayó en el olvido.
En 1933, después de una campaña para reformar la constitución a fin de que autorizase la reelección presidencial -nada nuevo bajo el sol- el presidente Terra dio el golpe de estado. Lo habían precedido: Uriburu en la Argentina, impuesto por un golpe militar, y Vargas en el Brasil que, llevado al poder por una revolución popular, viraba rápidamente hacia la derecha.
La dictadura dividió los partidos tradicionales: blancos y colorados con el régimen, colorados y blancos en la oposición. Los partidos y grupos "de ideas", con estos últimos; los comunistas, formando rancho aparte, también en la oposición.
En los comités de lucha contra la dictadura, en las organizaciones de resistencia clandestina y en los campamentos revolucionarios de dos movimientos armados que se organizaron contra el gobierno, surgió una nueva unidad de fuerzas populares.
La división dictadura-oposición señalaba exclusivamente dos caminos. Los grupos que creían en la democracia, que habían sido perseguidos, que se habían desligado de compromisos o contactos -o no los habían tenido nunca- con ell sistema espurio y repudiado, tentaron organizar una militancia común que hasta cierto punto se logró. En ese contexto la izquierda de la masa opositora inició un movimiento inspirado en el propósito de radicalizar a la oposición y de llevarla al ámbito más amplio de la lucha revolucionaria contra el imperialismo, el fascismo y el injusto sistema económico-social.
Surgió de ese modo en 1936 la movilización hacia la creación de un frente popular. Sectores de izquierda de los partidos tradicionales, estudiantes, obreros, grupos de intelectuales, se alinearon en torno a la naciente organización. Esta vez el comunismo
-que seguía la línea Dimítrov aprobada en el VII Congreso de la Internacional, en agosto de 1935- se incorporó al movimiento. En Chile el éxito fue tal que dos años después el Frente Popular (socialistas, radicales, comunistas y democráticos) ganó el poder.
Pero la oposición (batllistas y nacionalistas independientes) no participaba del radicalismo que inspiraba al frente. Lo reconoció como la vanguardia de la fuerza revolucionaria contra la dictadura, pero muy pronto le hizo el vacío. Además la propia izquierda se dividió y, por segunda vez, la conjunción de fuerzas, antimperialistas y antioligárquicas, fracasó.
La resolución posterior del batllismo de concurrir a las elecciones bajo el lema Partido Colorado y la decisión del Nacionalismo Independiente de levantar la abtención electoral demostraron las contradicciones esenciales que negaron al frente. La lay de lemas se encargaría después de consolidar el sistema de la coexistencia y aún de la alternancia de los partidos tradicionales en el gobierno.
En 1962, nuevo intento de unificación de las fuerzas populares. Colorados y blancos habían tomado turno en el poder, con el mismo resultado. La alternativa del año 58 no sólo no fue clara, sino que resultó, con muy pocas diferencias, la continuidad del sistema. El nacionalismo triunfante no supo hacer gobierno. El Partido Colorado, a su vez, no supo hacer oposición.
Las fuerzas no comprometidas con los partidos tradicionales se encontraron ante una nueva oportunidad. Surgieron convocatorias; se ensayaron tratativas. Pero los propósitos de acción común no vencieron las dificultades de la organización.
Se registró algún aglutinamiento de fuerzas y algún leve drenaje en las izquierdas de las partidos tradicionales, pero no se superaron las divergencias internas. La concurrencia a la elección en dos grupos, Unión Popular y F. I. de L., frustró la expectativa que en el sector popular se había creado.
En 1965, en previsión de las elecciones del 66, se repitió el ensayo unificador. Los distintos grupos que se llaman a sí mismos la izquierda nacional, organizaron la Mesa de la Unidad del Pueblo y reiniciaron tratativas. Hubo acuerdo en los objetivos generales: lucha antimperialista, lucha contra la oligarquía, oposición al régimen. No se logró, en cambio, respecto de los problemas de organización y de encuadre de la acción electoral en la ley de lemas.
Todo el año 66 los distintos grupos buscaron soluciones sin hallarlas. Quince días antes de las elecciones se separaron, como buenos amigos, a la espera de una mejor oportunidad.
Esta ha llegado, por fin. Los duros años transcurridos desde entonces a acá han sido lección aprovechada. La unidad se ha hecho en la calle, en la lucha contra el sistema imperialista. Ha sido cimentada con dolor y con sangre, y ello le imprime cierto carácter de compromiso sagrado. Está además respaldada por una entusiasta expectativa popular.
La sagacidad, comprensión y desinterés de los hombres encargados de la dirección del movimiento y, en especial, la participación activa y militante de todo el pueblo harán lo que falta. Todos estamos en el deber de contribuir con lo mejor de nosotros mismos al éxito del Frente Amplio.
Desde hace cuarenta años los problemas han sido los mismos. Tal vez hoy, para nosotros, más graves que entonces. Pero la opinión nacional estaba muy lejos de comprenderlos y mucho más de dar una respuesta efectiva. Se necesitó tiempo, constancia, tenacidad para llevar al primer plano de la comprensión popular, lo que hoy son lugares comunes. Cuando se fundó la Liga Antimperialista, que rememoramos, un dólar valía 98 centésimos uruguayos. Del imperialismo norteamericano no se tenían más que noticias fragmentarias y distantes. De la edición española de "Dollar Diplomacy" apenas habrían llegado una docena de ejemplares que sólo los iniciados pudieron conocer. Las consignas, en la interno, de "salario mínimo y jubilaciones generales" eran aspiraciones inalcanzables que muy pocos atrevías a suscribir. Los grandes imperior -la ya caduca Gran Bretaña y el naciente poder norteamericano- concitaban la adoración y el entusiasmo populares. Su reciente triunfo frente al imperio alemán los presentaba como salvadores de estas casi felices colonias.
En esa tierra se echó la semilla. Su proceso de germinación ha sido muy lento. Pero ha dado sus frutos y muy pronto, según se anuncia, asistiremos a la cosecha.
La creación del Frente Amplio, las movilizaciones populares, la incorporación de grupos que abandonando sus lemas tradicionales se incorporan al gran movimiento, abren una perpectiva nueva de militancia y triunfo.